Existen muchos indicadores del desarrollo económico de un país o región. Uno de los más fiables (y menos atractivos) es el del volumen de residuos per cápita que generan sus habitantes. Durante las últimas décadas, el incremento de basura generada por habitante ha ido creciendo a un ritmo similar al de su renta per cápita, y las proyecciones a futuro muestran una tendencia al crecimiento continuado y acelerado del volumen de residuos (1). El motivo principal es el consumo de bienes y servicios como motor principal de las economías capitalistas, lo que conlleva la fabricación de muchos productos innecesarios y la reducción del ciclo de vida de los mismos, bien por la disminución de su calidad, bien por la rapidez con la que quedan obsoletos. Dos ejemplos paradigmáticos de la fiebre consumista actual los encontramos en la generación de residuos son los dispositivos móviles y la ropa.
De entre los múltiples residuos que genera el ser humano, lo plásticos de un sólo uso son quizás los que tienen un impacto más negativo, tanto en el entorno natural como en la propia salud humana. Todos estamos más que familiarizados con las imágenes de montañas de plástico en ríos, playas, o simplemente flotando en mitad del océano, a la vez que nos preocupa la presencia cada vez mayor de microplásticos en alimentos como el pescado. Pero esta es sólo la cara más visible del problema. La basura es también responsable de una parte importante de las emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera. En España, el 4,6%(2) de las emisiones son atribuibles a la gestión de los residuos sólidos, y su origen está vinculado principalmente a los restos orgánicos.
Vertedero de Pinto, el más grande de España |
La descomposición de materia orgánica en los vertederos es principalmente anaeróbica, ya que la acumulación de los desechos impide que el oxígeno del aire forme parte del proceso. En estas condiciones, el carbono que contienen todos los restos de nutrientes (y que, en último término, proviene de la fotosíntesis de las plantas) se combina con el hidrógeno para formar metano, un potente gas de efecto invernadero cuya capacidad para retener el calor de las ondas infrarrojas del sol es 25 veces superior al del dióxido de carbono. Dicho de otro modo, los restos de comida que tiramos a la basura, o que desechan tiendas y supermercados a diario, acaba en la mayoría de los casos en el vertedero, contribuyendo de forma significativa a aumentar el efecto invernadero, y agravando la crisis climática.
Igual que en el caso de la quema de combustibles fósiles disponemos
de las energías renovables como alternativa libre de emisiones, también existen
soluciones a la amplia problemática de la gestión de residuos, su nombre es
economía circular. La linealidad convierte a la economía de consumo actual en
una práctica insostenible, y la multiplicación descontrolada de vertederos lo
muestra con toda su crudeza . Si cambiamos la perspectiva, podemos valorar a los
desechos como una fuente casi inagotable de materias primas, e incluso de
energía: un gran tesoro, si se gestionan de forma adecuada.
Por ejemplo, el metano generado en un vertedero puede ser utilizado como combustible, concentrándolo y tratándolo en una central de biogás. No en vano, el metano es el hidrocarburo más sencillo que existe. Sin embargo, la generación de biogás en vertederos es una solución incompleta, ya que no evita las emisiones, simplemente las aprovecha para generar energía.
Central de biogás en el centro de tratamiento de residuos (CTR) de Valdemíngomez, en Madrid |
La verdadera solución pasa por transformar la descomposición anaeróbica del vertedero en un proceso biológico aeróbico que utilice únicamente restos orgánicos puros, sin mezclar con otro tipo de desechos. Cuando los restos orgánicos de descomponen en presencia del oxígeno no se genera metano como gas de desecho, sino que el carbono se incorpora al proceso para generar el material del que se componen todo los suelos fértiles: el compost. Compostar significa devolverle a la tierra el alimento que no hemos consumido para que genere fertilidad en ecosistemas y terrenos de cultivo. Al compostar recuperamos el ciclo natural del carbono, imitando el funcionamiento de los ecosistemas, en los que los restos de hojas de los árboles se mezclan con los excrementos de los animales, con el agua de la lluvia y con el material del suelo para que lombrices y pequeños microorganismos hagan su magia: utilizar los desechos naturales para enriquecer y fertilizar el suelo, y que la vida continúe. En realidad, un ecosistema natural no tiene desecho, es pura circularidad, y en eso se basa su equilibrio y su sostenibilidad.
Generación industrial de compost en el CTR de Cogersa en el Principado de Asturias |
El compost generado de forma industrial en centros de tratamiento de residuos puede ser utilizado como fertilizante natural en terrenos de cultivo, preferiblemente próximos a su zona de generación para minimizar la huella ecológica de su transporte. También es muy útil en la estrategia de recuperación de ecosistemas dañados, ya que actúa como catalizador de los procesos de reforestación y renaturalización. De esta manera, convertimos un problema en una solución: no sólo estamos evitando las emisiones asociadas al tratamiento de los residuos, sino que generamos una alternativa al uso masivo de fertilizantes químicos (de su huella ambiental hablaré en otra entrada del blog).
A nivel doméstico, también es posible generar compost acumulando restos orgánicos de comida (preferiblemente sólo los restos vegetales) con ramas y hojas procedentes de podas, y asegurando la entrada de oxígeno en la mezcla. Tengo el privilegio de vivir en un entorno semirrural, y puedo asegurar que una de las experiencias más gratificantes que he vivido es la de ver con mis propios ojos y tocar con mis manos el compost que la naturaleza ha generado con paciencia, a partir de los restos que hemos generado en casa. Posteriormente, el compost nutre los bancales de la nueva producción del modesto huerto ecológico familiar.
El primer paso para conseguir una gestión circular de los residuos es la correcta separación de los mismos. A lo largo de los años hemos aprendido a separar vidrio, papel y envases en contenedores específicos (aunque aún queda mucho camino por recorrer) y, habitualmente, denominamos al resto como residuos orgánicos. Este error de concepto es actualmente un freno para la generación de compost en los centros de tratamiento de residuos, ya que no hemos sido capaces de generar la cultura necesaria para utilizar correctamente el contenedor marrón y, cuando lo hacemos, habitualmente incluimos en él elementos que no son restos orgánicos, y que dificultan el tratamiento posterior. A esto hay que unirle que una mayoría de municipios en España aún van muy rezagados en el tratamiento de residuos orgánicos, y ni siquiera ofrecen a sus ciudadanos la posibilidad de depositarlos en un contenedor específico.
Contenedor marrón para recogida de residuos orgánicos en Barcelona |
El 1 de enero de 2023 entró en vigor la Ley de residuos y suelos contaminados, aprobada en marzo de 2022, que se focaliza en la aplicación de una economía circular y establece una nueva fiscalidad que desincentiva el uso del vertedero por parte de los municipios. Pero una ley no es suficiente para consolidar un cambio efectivo. La toma de conciencia y la participación ciudadana en la reducción de residuos es fundamental, y el apoyo a las corporaciones municipales que establezcan planes ambiciosos en la reducción de la huella asociada a los residuos también puede ayudar. En 2023 hay elecciones municipales y autonómicas en España, una buena oportunidad para pedir a nuestros gobernantes más próximos que prioricen el desafío climático, porque aún estamos a tiempo.
(1). Ver informe de tendencia de evolución de residuos realizado por el Banco Mundial.
Trends
in Solid Waste Management (worldbank.org)
(2). Según
inventario nacional de emisiones del Ministerio de Transición Ecológica.
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