lunes, 17 de abril de 2023

¿Por qué arden los montes en primavera?

Estamos en abril, y lamentablemente los incendios forestales ya han sido protagonistas de muchos telediarios en España. El fuego descontrolado es una de las mayores amenazas para el entorno natural y el mundo rural. El cambio climático se está encargando de amplificarlo, debido a las condiciones extremas de sequía y calor, que cada vez son más habituales. Las estadísticas nos muestran que la intervención humana está detrás de la mayoría de incendios, en algunos casos debido a descuidos o imprudencias y, en muchos otros, con la intencionalidad de provocarlos. 

Vista de incendio forestal desde la villa de Luarca, en Asturias. Imagen cortesía de David Quirós

Un mes tras otro escuchamos que se superan nuevos récords de temperatura en distintos observatorios, al tiempo que la sequía se hace más y más intensa. Culturalmente, asociamos el calor y el tiempo soleado al buen tiempo, y nos resulta agradable disfrutar de días de invierno con más de 20 grados, o descansos de Semana Santa con tiempo veraniego para disfrutar de la playa. Nos hemos acostumbrado muy fácilmente a la cara amable del cambio climático. Sin embargo, los ecosistemas naturales sufren con la ausencia de lluvia y la alteración de las estaciones. Sus consecuencias no se ven a simple vista, la sequía va haciendo mella lentamente en la humedad del suelo, en el desarrollo de la vegetación, y en todos los procesos que hacen posible la biodiversidad. Aparentemente, nada cambia de un día a otro, hasta que, de repente, una chispa, un descuido, o una acción intencionada prende la llama inicial y en cuestión de horas arden cientos o miles de hectáreas de terreno, arrasando toda la vida que han albergado durante siglos. Cualquiera que haya presenciado un incendio forestal de cerca puede describir la violencia que lleva asociada, lo sobrecogedor de las llamas descontroladas y el penetrante olor de la madera quemada. La imagen del fuego devorando la vegetación no desparece de la retina cuando se cierran los ojos o se mira a otro lado.
 
Incendio en Ocentejo, municipio del Alto Tajo producido el pasado 11 de abril

Cada vez más expertos coinciden en que los megaincendios forestales (bautizados como incendios de sexta generación) son la respuesta natural y violenta de un ecosistema que lleva demasiados años viviendo en un clima diferente al que le vio nacer, y al que no puede seguir adaptándose. Ante la persistencia de las condiciones climáticas extremas de calor y sequía, un ecosistema arde para morir y dar origen, con el paso de los años, a un nuevo hábitat más árido y mejor adaptado al nuevo clima, es una de las formas de avance de la desertización en las regiones mediterráneas

Pero hay algo más. Entre marzo y lo que llevamos de abril, han ardido unas 32.000 hectáreas en Asturias, llegando a producirse hasta 135 incendios simultáneos en una región relativamente pequeña, lo que obligó a evacuar a más de 400 personas de sus casas y a cortar infraestructuras esenciales, como la A-8, durante varias horas del 31 de marzo, al tiempo que se ha puesto en peligro la vida de las personas que han trabajado en los trabajos de extinción (ver video de LNE). Por muy extremas que hayan sido las condiciones meteorológicas durante el mes de marzo en la cornisa cantábrica, estos incendios no se habrían producido sin la acción humana intencionada. Llevo semanas preguntándome y documentándome sobre los posibles motivos para querer quemar un territorio que presume de ser un paraíso natural, y las respuestas no son fáciles de encontrar.

Estadísticamente, la mayoría de los incendios en Asturias se concentran en los meses de marzo y abril, coincidiendo con el fin del deshielo en medianías, y la necesidad de disponer de amplias zonas de pasto para el ganado. El fuego forma parte de la cultura agrícola y ganadera en las comarcas del noroeste peninsular, y es una de las formas en las que el ser humano ha ido modelando un paisaje en el que la naturaleza no es fácil de domesticar. A pesar de conocer esta realidad, la administración del Principado no refuerza las labores de prevención durante los inicios de la primavera, lo que lleva a muchos colectivos a denunciar su parte de responsabilidad en los incendios. Los agricultores y ganaderos se sienten señalados, y tratan de desviar la atención apuntando a causas como el despoblamiento y envejecimiento del mundo rural, el abandono de los bosques y la falta de limpieza de arbustos y matorrales en los montes. También se acusa al sector maderero del exceso de plantaciones de eucalipto y pino, especies con escaso valor ambiental, y que propagan rápidamente el fuego. En general, todas las partes implicadas se acusan entre ellas, y buscan culpables tratando de justificar su forma de actuar

Incendio forestal en el concejo de Valdés. Fotografía gentileza de Beína de Beatriz

Una cuestión clave para rastrear el origen de los incendios es saber si existen motivaciones económicas detrás de los incendios provocados, o estamos únicamente ante pirómanos (los políticos prefieren llamarlos terroristas ambientales), que actúan por venganza o voluntad de hacer daño. La Ley general de Montes, aprobada por el parlamento español en 2015, establece que las comunidades autónomas deben garantizar “las condiciones para la restauración de los terrenos forestales incendiados” y prohíbe que esas zonas se puedan recalificar o cambiar su uso “al menos durante 30 años”. Tampoco se puede realizar ninguna actividad que impida “la regeneración de la cubierta vegetal” durante el mismo período. Con estas premisas, parece difícil que alguien piense en obtener beneficio económico provocando un incendio forestal. Sin embargo, la Ley de Montes y Ordenación Forestal del Principado de Asturias del 2017 (recurrida inicialmente ante el Tribunal Constitucional por el Defensor del Pueblo) elimina los acotamientos al pastoreo, lo que en la práctica supone que la ganadería extensiva puede aprovechar los matorrales y los pastos surgidos en las zonas quemadas desde el momento en que empiezan a recuperarse, sin entrar en conflicto con la ley más general del Estado. Por tanto, podemos afirmar que hay un colectivo que puede beneficiarse a largo plazo por el incendio de zonas no aptas para el pastoreo, el sector ganadero. Las memorias anuales de la Fiscalía en Asturias reflejan que los incendios forestales suponen el mayor número de diligencias ambientales tramitadas y, en una mayoría de casos, las motivaciones de los acusados están relacionadas con la regeneración de pastos.

Zona de pastos limitada por paisaje boscoso. Iván G. Fernández

Esto no quiere decir que toda la responsabilidad sea atribuible al sector de la ganadería, que cada día tiene más difícil salir adelante con pequeñas explotaciones de carácter familiar, ni tampoco que sistemáticamente el sector primario esté interesado en generar incendios, ya que en el corto y medio plazo también ellos son grandes perjudicados por el daño causado en el entorno en el que viven y trabajan. Pero sí explica por qué Asturias tiene más proporción de incendios que sus comunidades vecinas, donde siguen vigentes las acotaciones al pastoreo. Hay iniciativas que tratan de buscar solución a este grave problema mediante la conciliación de los intereses medioambientales y económicos, entre ellas el proyecto Roble en el concejo de Parres. Habitualmente, las soluciones propuestas pasan por reforestar con especies autóctonas zonas degradadas por el fuego (o por cualquier otra causa) y hacerlas compatibles con el pastoreo de ganadería extensiva, lo que técnicamente se denomina silvipastoreo. De esta manera, se pretende evitar la proliferación de matorral y monte bajo, que arde con mucha facilidad. También se propone una organización del terreno en mosaico, donde se combinen pequeñas áreas de bosque, con zonas de cultivo o de pastos, para impedir que los incendios puedan propagarse por grandes extensiones.

Este tipo de iniciativas forman parte de la solución en zonas muy degradadas por la acción humana, pero no pueden generalizarse, ya que supondrían un freno a la biodiversidad, como nos recuerdan biólogos y ecólogos. Hay dos elementos fundamentales para que los ecosistemas sean portadores de una gran biodiversidad y adaptables a las condiciones del cambio climático. Una de ellas es que se conserven como entornos puramente naturales, habitados por especies en estado salvaje, y gobernados únicamente por las leyes de la naturaleza, sin intervención humana; la segunda es que sean extensos y continuos, para garantizar que las especies que lo habitan puedan recorrer grandes distancias dentro de los mismos en busca de las condiciones de vida y de alimento que precisan. Si queremos preservar la biodiversidad (que es lo mismo que preservar la vida), no podemos permitirnos domesticar toda la naturaleza, necesitamos que siga existiendo la vida en estado salvaje, como explica magistralmente Sir David Attenborough en su libro más reciente “Una Vida en nuestro Planeta”.
Reserva natural de Muniellos, en Asturias. Oscar F. Hevia, vía Foter

El pasado 3 de abril asistí a una concentración frente a la sede del gobierno de Asturias, en la que se pedían soluciones al problema del fuego. Entre los carteles de los y las manifestantes, me llamó la atención uno muy modesto en el que se leía “Conciliar para salvar”, y creo que en esas 3 palabras se deben fundamentar las soluciones. Hay que buscar fórmulas para compatibilizar el medio natural, la biodiversidad, con un sector primario que pueda continuar siendo el medio vida de muchas familias en el medio rural y fuente de alimento para la sociedad. Será necesario que todas las partes (administraciones públicas, científicos, ganaderos, ecologistas, responsables de prevención y extinción) se sienten a buscar soluciones de consenso. Y tendrán que esforzarse en buscar propuestas imaginativas y novedosas, ya que el contexto social y climático ha cambiado

Es vital crear las condiciones para generar un tejido social rejuvenecido en el mundo rural, gente joven que traiga ideas nuevas y frescas, desde el respeto a la Naturaleza, y que apueste por la diversificación de una economía actualmente basada, casi en exclusiva, en la ganadería bovina. Por mucho que avancemos en descarbonizar otros sectores de la economía, como la industria o la movilidad, nunca conseguiremos revertir la crisis climática sin cuidar el entorno natural y proteger los bosques, nuestro más valioso seguro de vida. Aún estamos a tiempo de evitar que el fuego vuelva a prender de nuevo.


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