sábado, 20 de junio de 2020

Tic Tac Tic Tac

El IPCC y el umbral de 1,5ºC

El IPCC es el Grupo Intergubernamental sobre Cambio Climático de la ONU. Fue en Octubre de 2018 cuando publicó el Informe Especial sobre Calentamiento Global de 1,5ºC, que tuvo un gran impacto mediático, y nos puso a todos frente al espejo de nuestras acciones para frenar el cambio climático. Un informe conciso, demoledor, publicado por una organización que hasta entonces siempre había mostrado una tendencia conservadora en sus análisis. En él se insta enérgicamente a todas las naciones a no superar la cifra de 1,5ºC de subida media de las temperaturas (la subida acumulada hasta ahora está en torno a 1ºC). Se considera que 1,5ºC es el umbral por debajo del cual podremos adaptarnos a las alteraciones que estamos produciendo en el clima, aunque no sin impactos importantes como las que ya hemos empezado a sufrir.

Si la temperatura subiese por encima de 1,5ºC, las consecuencias podrían ser devastadoras para la biodiversidad, para la disponibilidad de agua dulce, el aumento del nivel del mar y, en definitiva, para el bienestar humano. Por encima de 2ºC de subida podrían producirse otros efectos colaterales que desestabilizarían el sistema y acelerarían aún más el calentamiento, tales como el deshielo del permafrost en las regiones árticas o la desaparición del efecto albedo, responsable de que las superficies heladas durante todo el año reflejen una parte importante de la radiación solar sin absorber su calor. Dicho de otro modo, el IPCC ha cuantificado el margen de calentamiento que podemos permitirnos antes de alcanzar una situación de no retorno cuyas consecuencias serían devastadoras.

Escenarios climáticos futuros

Las proyecciones de subida de temperatura para este siglo y los venideros dependen de cuáles sean nuestras acciones durante las próximas décadas puesto que, como expliqué en la anterior entrada del blog, el cambio climático actual es antropogénico y su causa principal la encontramos en la quema de combustibles fósiles para la actividad humana. Por ello, los científicos trabajan con distintos escenarios para construir modelos de evolución de la temperatura en el futuro.

Ninguna proyección contempla volver a los niveles de carbono anteriores a la revolución industrial. Es decir, el cambio climático actual ha venido para quedarse, y lo único que podemos hacer a estas alturas es frenarlo, en ningún caso echar marcha atrás.

Empecemos por el escenario más pesimista. En él se considera que seguiremos actuando como hasta ahora, es decir, primando un crecimiento económico sin límites basado en el uso lineal e indiscriminado de recursos naturales, y utilizando los combustibles fósiles como fuente principal de energía, con alguna pequeña concesión a las demandas de grupos ecologistas. En este caso, se estima una subida en torno a 4ºC de la temperatura a finales del siglo XXI, y una subida posterior más lenta hasta alcanzar los 6-7ºC de subida total. Terminaríamos de quemar combustibles fósiles alrededor del año 2400 por una sencilla razón, habríamos terminado con todas las reservas existentes, incluso las que desconocemos a día de hoy. Este es un escenario altamente improbable porque, en algún punto del recorrido, el sistema económico, la civilización tal y como la conocemos, serían inviables, y sobrevendría un cambio brusco en la actividad humana. Aun así, hay una enseñanza que podemos sacar de él: seguir indefinidamente con las reglas actuales, con el principio de “Business as Usual” nos lleva al colapso, y el punto de no retorno podría estar bastante próximo.


En contraposición, está el escenario que plantea el IPCC para garantizar la continuidad de los elementos básicos en que se sustentan las sociedades del siglo XXI. Para lograrlo es necesario actuar rápido, muy rápido. Concretamente, sería necesario llegar a 2030 con una reducción del 45% de las emisiones comparadas con los niveles de 2010, y continuar la transición ecológica hasta alcanzar el balance neto de cero emisiones en torno a 2050. El reloj ya se ha puesto en marcha. ¿Es posible lograrlo? Sí, de hecho hay sociedades que han avanzado muy significativamente en este objetivo y nos pueden servir de inspiración. Tenemos el conocimiento, la tecnología, la capacidad, el principal ingrediente que falta es la voluntad. Voluntad individual, voluntad social, voluntad económica, voluntad política, todas suman.


 

Proyecciones de emsiones de CO2, concentración de CO2 en la atmósfera e incremento de temperatura en dos escenarios diferentes. Gráficas basadas en los estudios de David Archer en la Universidad de Chicago


Hay signos importantes de cambio, de que este es el momento, pero deben consolidarse y no se hará sin grandes acuerdos, esos que tanto cuesta conseguir porque obligan a ceder en principios básios para alguna de las partes. El Acuerdo de París del 2015 es un buen referente de acuerdo, aunque los compromisos en él firmados son insuficientes. Si damos veracidad al IPCC, estamos ante una década crucial, lo que hagamos en los próximos años determinará cómo será la vida durante un período de siglos, o incluso milenios.

Tic Tac Tic Tac

Este sería un buen punto para acabar el post, pero hay una duda filosófica que ronda mi mente y quiero compartir. Tic Tac Tic Tac, el reloj sigue avanzando, hay mucho que cambiar y el tiempo apremia. 

La mente dice: aceleremos la transición hacia energías renovables, impulsemos el coche eléctrico, invirtamos en procesos industriales más eficientes, construyamos viviendas con buen aislamiento térmico, promovamos ciudades inteligentes en el uso de recursos, y hagámoslo tan rápido como podamos. Sin embargo, podemos cuestionarnos si el estrés, la prisa, los objetivos a corto plazo son realmente la solución o más bien una parte del problema que nos ha traído hasta la encrucijada actual.

 En los últimos meses, una pandemia, un simple virus, nos ha obligado a parar, y en el frenazo hemos sido testigos de un efecto colateral que ha hecho brotar la esperanza de que podemos doblegar al cambio climático: las emisiones de dióxido de carbono han bajado mucho y en muy poco tiempo, a pesar de que la crisis sanitaria ha paralizado muchos proyectos de transición ecológica. ¿Dónde está el equilibrio entre la transición que hay que impulsar en un tiempo récord y la eficacia de parar, respirar y vivir una vida más sencilla? ¿Alguien tiene la respuesta?


jueves, 4 de junio de 2020

¿De verdad somos nosotros?

Afortunadamente, cada vez hay menos negacionistas del cambio climático: personas o asociaciones que niegan la evidencia científica a capa y espada, con argumentos a menudo infantiles. Es complicado negar la subida progresiva de las temperaturas en cualquier punto del planeta, y no hay modelos climáticos capaces de explicar algunos ciclos devastadores de sequía sin recurrir a la variable del calentamiento global. A menudo dichas sequías se interrumpen con bruscos episodios de lluvia torrencial, amplificadas por unos mares cada vez más cálidos, que poco a poco van devorando zonas costeras y deltas de grandes ríos.

Es obvio, la temperatura en superficie está subiendo y el clima está cambiando. Pero, ¿estamos realmente ante un cambio climático causado por la actividad humana, o se trata de una evolución natural, similar a otros cambios en el clima que ya se han producido en el pasado? Echemos la vista atrás para buscar la respuesta.

En pleno siglo XXI sabemos mucho acerca de la historia del clima, especialmente conocemos en detalle la evolución climática durante la era geológica actual, el Holoceno, y durante su predecesora, el Pleistoceno. Los científicos se basan en el estudio del hielo perenne de Groenlandia y de la Antártida, así como en los sedimentos marinos procedentes de conchas de antiguos crustáceos para determinar cómo ha ido evolucionando la temperatura y las condiciones atmosféricas durante los últimos cientos de miles de años.

En la Antártida se dan las condiciones climáticas más extremas del planeta: temperaturas gélidas combinadas con una ausencia casi total de precipitaciones hacen que la masa de hielo vaya creciendo muy lentamente  y permanezca intacta durante mucho tiempo, el hielo antártico es un testimonio de la historia ancestral de nuestro planeta. Extraer y analizar columnas de hielo es una de las misiones de las bases científicas de la Antártida, y la precisión con la que ayudan a reconstruir el clima del pasado es asombrosa.


Imágenes cortesía de la NASA: http://earthobservatory.nasa.gov/Features/Paleoclimatology_IceCores/


En los últimos cuatrocientos mil años nuestro planeta ha vivido cuatro eras glaciares, siguiendo ciclos periódicos, en las que la temperatura media de la superficie terrestre fue aproximadamente 6 grados inferior a la actual, y el nivel del mar estuvo 130 metros por debajo del que conocemos, un mundo muy diferente al que conocemos. Pequeñas variaciones en la órbita terrestre alrededor del sol y en la inclinación del eje de rotación explican cambios tan importantes. El ser humando ha sido capaz de sobrevivir a muchos períodos glaciares, pero las primeras civilizaciones no fueron posibles hasta bien entrado el Holoceno, la era geológica actual que comenzó hace “sólo” 12 mil años. Se trata de una época interglaciar caracterizada por un clima estable, las condiciones ideales para que el ser humano se haya organizado en sociedades complejas y haya dado lugar a las civilizaciones que nos han traído hasta el siglo XXI. Ninguna sociedad organizada y civilizada se ha enfrentado a un cambio climático tan significativo como el que estamos experimentando en la actualidad.

Uno de los hallazgos más relevantes del estudio de las columnas de hielo antárticas es la enorme correlación entre la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera y las variaciones en la temperatura del planeta. Los períodos glaciares siempre han ido acompañados de una concentración baja de CO2, en torno a 180 partes por millón (ppm), mientras que los períodos interglaciares, más cálidos, han alcanzado picos de 280 ppm de dicho gas. De hecho, una parte importante (no la única) que explica  la oscilación de temperaturas entre las eras glaciares y los períodos interglaciares es la diferente capacidad de efecto invernadero de la atmósfera, dependiendo de la proporción de dióxido de carbono que contenía en cada momento.



Evolución de CO2 atmosférico y las temperaturas en los últimos 400.000 años

Como comenté en la anterior entrada del blog, los seres humanos hemos alterado significativamente la concentración de CO2 y otros gases de efecto invernadero en la atmósfera desde que comenzó la revolución industrial. La concentración de 280 ppm anterior a la era industrial ha ido subiendo progresivamente, hasta aumentar a 400 ppm, y la diferencia sigue aumentando año tras año. Proporcionalmente, estamos hablando de unas variaciones similares a las que se producen antes y después de una era glaciar, aunque en un plazo de tiempo mucho menor. La anterior gráfica basada en el estudio de los bloques de hielo antárticos sólo incluye los valores preindustriales, pero si añadimos el efecto de los dos últimos siglos, es imposible ignorar el aumento brusco que se produce en los últimos doscientos años.



Evolución de CO2 atmosférico considerando el aumento durante la era industrial


¿A qué se debe una alteración tan significativa y disruptiva de la composición de la atmósfera? Sin duda alguna, los científicos la atribuyen a la quema de combustibles fósiles, ya que no existe ninguna otra fuente de origen natural que pueda explicarla: no se ha detectado en los últimos doscientos años una actividad volcánica inusual, ni cambios importantes en la energía radiada por el Sol. Tampoco se han observado alteraciones de la órbita terrestre o del movimiento de rotación que hayan podido alterar el balance energético de la atmósfera. Sin embargo, los datos de quema de combustibles fósiles, bien conocidos por la actividad económica que llevan asociada, sí justifican sobradamente el aumento en la concentración de CO2.

Y, como siempre ha sucedido en el pasado, el aumento de la concentración de gases de efecto invernadero lleva asociado un aumento progresivo y proporcional de la temperatura en superficie, capaz de alterar la dinámica habitual de las masas de aire y las corrientes oceánicas y, por tanto, capaz también de alterar del clima a escala global. Hasta ahora, la temperatura en la superficie terrestre se ha incrementado una media de 1ºC en todo el planeta.

Es duro de aceptar, pero sí, somos nosotros los responsables. Hay evidencias científicas de sobra para asegurar que hemos sido las últimas generaciones de seres humanos, especialmente quienes vivimos en países con un alto nivel de desarrollo, los causantes de la alteración de las condiciones de vida en el planeta. Los cambios que hemos inducido en la atmósfera, y que seguimos generando a un ritmo cada vez mayor, están poniendo en peligro la continuidad de muchas especies de seres vivos y van a poner a prueba la supervivencia de nuestra civilización, al menos tal y como la conocemos. La tentación de buscar culpables con nombres y apellidos es fuerte, pero no olvidemos que las sociedades actuales se mueven, se calientan, se iluminan y se alimentan gracias, principalmente, a la quema de combustibles fósiles: carbón, petróleo y gas. Somos cada uno de nosotros, con nuestras actividades cotidianas, quienes vamos añadiendo más presión al sistema, gramo a gramo de CO2. Somos también cada uno, cada una, los que debemos estar dispuestos a asumir cambios individuales y colectivos para revertir la situación. La buena noticia es que AÚN ESTAMOS A TIEMPO. 



El Hidrógeno Verde (III) – Límitaciones y Desafíos

 El ambicioso proyecto que describí a modo de ejemplo en mi anterior artículo surge de una alianza bautizada con el nombre de HyDeal, y co...