Afortunadamente, cada vez hay menos negacionistas del cambio
climático: personas o asociaciones que niegan la evidencia científica a capa y
espada, con argumentos a menudo infantiles. Es complicado negar la subida progresiva
de las temperaturas en cualquier punto del planeta, y no hay modelos climáticos
capaces de explicar algunos ciclos devastadores de sequía sin recurrir a la
variable del calentamiento global. A menudo dichas sequías se interrumpen con
bruscos episodios de lluvia torrencial, amplificadas por unos mares cada vez
más cálidos, que poco a poco van devorando zonas costeras y deltas de grandes
ríos.
Es obvio, la temperatura en superficie está subiendo y el
clima está cambiando. Pero, ¿estamos realmente ante un cambio climático causado
por la actividad humana, o se trata de una evolución natural,
similar a otros cambios en el clima que ya se han producido en el pasado?
Echemos la vista atrás para buscar la respuesta.
En pleno siglo XXI sabemos mucho acerca de la historia del
clima, especialmente conocemos en detalle la evolución climática durante la era
geológica actual, el Holoceno, y durante
su predecesora, el Pleistoceno. Los
científicos se basan en el estudio del hielo perenne de
Groenlandia y de la Antártida, así como en los sedimentos marinos procedentes de
conchas de antiguos crustáceos para determinar cómo ha ido evolucionando la
temperatura y las condiciones atmosféricas durante los últimos cientos de miles
de años.
En la Antártida se dan las condiciones climáticas más extremas
del planeta: temperaturas gélidas combinadas con una ausencia casi total de
precipitaciones hacen que la masa de hielo vaya creciendo muy lentamente y permanezca intacta durante mucho tiempo, el hielo antártico es un testimonio de la historia ancestral de nuestro planeta.
Extraer y analizar columnas de hielo es una de las misiones de las bases
científicas de la Antártida, y la precisión con la que ayudan a reconstruir el clima
del pasado es asombrosa.
Imágenes cortesía de la NASA: http://earthobservatory.nasa.gov/Features/Paleoclimatology_IceCores/
En los últimos cuatrocientos mil años nuestro planeta ha
vivido cuatro eras glaciares, siguiendo ciclos periódicos, en las que la
temperatura media de la superficie terrestre fue aproximadamente 6 grados
inferior a la actual, y el nivel del mar estuvo 130 metros por debajo del que
conocemos, un mundo muy diferente al que conocemos. Pequeñas
variaciones en la órbita terrestre alrededor del sol y en la inclinación del
eje de rotación explican cambios tan importantes. El ser humando ha sido capaz de sobrevivir a muchos períodos glaciares, pero las primeras civilizaciones no fueron
posibles hasta bien entrado el Holoceno,
la era geológica actual que comenzó hace “sólo” 12 mil años. Se trata de una
época interglaciar caracterizada por un clima estable, las condiciones ideales para que el ser
humano se haya organizado en sociedades complejas y haya dado lugar a las civilizaciones
que nos han traído hasta el siglo XXI. Ninguna sociedad organizada y
civilizada se ha enfrentado a un cambio climático tan significativo como el que
estamos experimentando en la actualidad.
Uno de los hallazgos más relevantes del estudio de las
columnas de hielo antárticas es la enorme correlación entre la concentración
de dióxido de carbono en la atmósfera y las variaciones en la temperatura del planeta. Los
períodos glaciares siempre han ido acompañados de una concentración baja de
CO2, en torno a 180 partes por millón (ppm), mientras que los períodos
interglaciares, más cálidos, han alcanzado picos de 280 ppm de dicho gas. De
hecho, una parte importante (no la única) que explica la oscilación de temperaturas entre las eras
glaciares y los períodos interglaciares es la diferente capacidad de efecto
invernadero de la atmósfera, dependiendo de la proporción de dióxido de carbono
que contenía en cada momento.
Como comenté en la anterior
entrada del blog, los seres humanos hemos alterado significativamente la
concentración de CO2 y otros gases de efecto invernadero en la atmósfera desde
que comenzó la revolución industrial. La concentración de 280 ppm anterior a la
era industrial ha ido subiendo progresivamente, hasta aumentar a 400 ppm, y la
diferencia sigue aumentando año tras año. Proporcionalmente, estamos hablando
de unas variaciones similares a las que se producen antes y después de una era
glaciar, aunque en un plazo de tiempo mucho menor. La anterior gráfica basada en el estudio de los bloques de hielo antárticos sólo
incluye los valores preindustriales, pero si añadimos el efecto de los dos
últimos siglos, es imposible ignorar el aumento brusco que se produce en los últimos doscientos años.
¿A qué se debe una alteración
tan significativa y disruptiva de la composición de la atmósfera? Sin duda
alguna, los científicos la atribuyen a la quema
de combustibles fósiles, ya que no existe ninguna otra fuente de origen
natural que pueda explicarla: no se ha detectado en los últimos doscientos años
una actividad volcánica inusual, ni cambios importantes en la energía radiada
por el Sol. Tampoco se han observado alteraciones de la órbita terrestre o del
movimiento de rotación que hayan podido alterar el balance energético de la
atmósfera. Sin embargo, los datos de quema de combustibles fósiles, bien
conocidos por la actividad económica que llevan asociada, sí justifican sobradamente
el aumento en la concentración de CO2.
Y, como siempre ha sucedido en
el pasado, el aumento de la concentración de gases de efecto invernadero lleva
asociado un aumento progresivo y proporcional de la temperatura en superficie,
capaz de alterar la dinámica habitual de las masas de aire y las corrientes oceánicas y, por tanto, capaz también de alterar del clima a escala global. Hasta ahora, la temperatura en la superficie
terrestre se ha incrementado una media de 1ºC en todo el planeta.
Es duro de aceptar, pero sí, somos nosotros los responsables. Hay
evidencias científicas de sobra para asegurar que hemos sido las últimas generaciones de seres
humanos, especialmente quienes vivimos en países con un alto nivel de
desarrollo, los causantes de la alteración de las condiciones de vida en el
planeta. Los cambios que hemos inducido en la atmósfera, y que seguimos generando a un ritmo cada vez mayor, están poniendo
en peligro la continuidad de muchas especies de seres vivos y van a poner a
prueba la supervivencia de nuestra civilización, al menos tal y como la
conocemos. La tentación de buscar culpables con nombres y apellidos
es fuerte, pero no olvidemos que las sociedades actuales se mueven, se calientan,
se iluminan y se alimentan gracias, principalmente, a la quema de combustibles
fósiles: carbón, petróleo y gas. Somos cada uno de nosotros, con nuestras
actividades cotidianas, quienes vamos añadiendo más presión al sistema, gramo a
gramo de CO2. Somos también cada uno, cada una, los que debemos estar
dispuestos a asumir cambios individuales y colectivos para revertir la
situación. La buena noticia es que AÚN ESTAMOS A TIEMPO.
Parecía imposible parar muchas de las actividades, pero lo vivido estos últimos meses demuestran que si sentimos en nuestro cuerpo que hay/es una crisis, quizá sí es posible parar. Si, como dices estamos a tiempo, deseo que la situación actual nos impulse a abordar los cambios necesarios. Sintámoslo posible.
ResponderEliminarOjala mucha gente lo sienta posible, igual que tú, María
ResponderEliminarDavid, ¿hasta cuándo estaremos a tiempo?
ResponderEliminarPilar, te has adelantado a la próxima entrada del blog.
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