jueves, 4 de junio de 2020

¿De verdad somos nosotros?

Afortunadamente, cada vez hay menos negacionistas del cambio climático: personas o asociaciones que niegan la evidencia científica a capa y espada, con argumentos a menudo infantiles. Es complicado negar la subida progresiva de las temperaturas en cualquier punto del planeta, y no hay modelos climáticos capaces de explicar algunos ciclos devastadores de sequía sin recurrir a la variable del calentamiento global. A menudo dichas sequías se interrumpen con bruscos episodios de lluvia torrencial, amplificadas por unos mares cada vez más cálidos, que poco a poco van devorando zonas costeras y deltas de grandes ríos.

Es obvio, la temperatura en superficie está subiendo y el clima está cambiando. Pero, ¿estamos realmente ante un cambio climático causado por la actividad humana, o se trata de una evolución natural, similar a otros cambios en el clima que ya se han producido en el pasado? Echemos la vista atrás para buscar la respuesta.

En pleno siglo XXI sabemos mucho acerca de la historia del clima, especialmente conocemos en detalle la evolución climática durante la era geológica actual, el Holoceno, y durante su predecesora, el Pleistoceno. Los científicos se basan en el estudio del hielo perenne de Groenlandia y de la Antártida, así como en los sedimentos marinos procedentes de conchas de antiguos crustáceos para determinar cómo ha ido evolucionando la temperatura y las condiciones atmosféricas durante los últimos cientos de miles de años.

En la Antártida se dan las condiciones climáticas más extremas del planeta: temperaturas gélidas combinadas con una ausencia casi total de precipitaciones hacen que la masa de hielo vaya creciendo muy lentamente  y permanezca intacta durante mucho tiempo, el hielo antártico es un testimonio de la historia ancestral de nuestro planeta. Extraer y analizar columnas de hielo es una de las misiones de las bases científicas de la Antártida, y la precisión con la que ayudan a reconstruir el clima del pasado es asombrosa.


Imágenes cortesía de la NASA: http://earthobservatory.nasa.gov/Features/Paleoclimatology_IceCores/


En los últimos cuatrocientos mil años nuestro planeta ha vivido cuatro eras glaciares, siguiendo ciclos periódicos, en las que la temperatura media de la superficie terrestre fue aproximadamente 6 grados inferior a la actual, y el nivel del mar estuvo 130 metros por debajo del que conocemos, un mundo muy diferente al que conocemos. Pequeñas variaciones en la órbita terrestre alrededor del sol y en la inclinación del eje de rotación explican cambios tan importantes. El ser humando ha sido capaz de sobrevivir a muchos períodos glaciares, pero las primeras civilizaciones no fueron posibles hasta bien entrado el Holoceno, la era geológica actual que comenzó hace “sólo” 12 mil años. Se trata de una época interglaciar caracterizada por un clima estable, las condiciones ideales para que el ser humano se haya organizado en sociedades complejas y haya dado lugar a las civilizaciones que nos han traído hasta el siglo XXI. Ninguna sociedad organizada y civilizada se ha enfrentado a un cambio climático tan significativo como el que estamos experimentando en la actualidad.

Uno de los hallazgos más relevantes del estudio de las columnas de hielo antárticas es la enorme correlación entre la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera y las variaciones en la temperatura del planeta. Los períodos glaciares siempre han ido acompañados de una concentración baja de CO2, en torno a 180 partes por millón (ppm), mientras que los períodos interglaciares, más cálidos, han alcanzado picos de 280 ppm de dicho gas. De hecho, una parte importante (no la única) que explica  la oscilación de temperaturas entre las eras glaciares y los períodos interglaciares es la diferente capacidad de efecto invernadero de la atmósfera, dependiendo de la proporción de dióxido de carbono que contenía en cada momento.



Evolución de CO2 atmosférico y las temperaturas en los últimos 400.000 años

Como comenté en la anterior entrada del blog, los seres humanos hemos alterado significativamente la concentración de CO2 y otros gases de efecto invernadero en la atmósfera desde que comenzó la revolución industrial. La concentración de 280 ppm anterior a la era industrial ha ido subiendo progresivamente, hasta aumentar a 400 ppm, y la diferencia sigue aumentando año tras año. Proporcionalmente, estamos hablando de unas variaciones similares a las que se producen antes y después de una era glaciar, aunque en un plazo de tiempo mucho menor. La anterior gráfica basada en el estudio de los bloques de hielo antárticos sólo incluye los valores preindustriales, pero si añadimos el efecto de los dos últimos siglos, es imposible ignorar el aumento brusco que se produce en los últimos doscientos años.



Evolución de CO2 atmosférico considerando el aumento durante la era industrial


¿A qué se debe una alteración tan significativa y disruptiva de la composición de la atmósfera? Sin duda alguna, los científicos la atribuyen a la quema de combustibles fósiles, ya que no existe ninguna otra fuente de origen natural que pueda explicarla: no se ha detectado en los últimos doscientos años una actividad volcánica inusual, ni cambios importantes en la energía radiada por el Sol. Tampoco se han observado alteraciones de la órbita terrestre o del movimiento de rotación que hayan podido alterar el balance energético de la atmósfera. Sin embargo, los datos de quema de combustibles fósiles, bien conocidos por la actividad económica que llevan asociada, sí justifican sobradamente el aumento en la concentración de CO2.

Y, como siempre ha sucedido en el pasado, el aumento de la concentración de gases de efecto invernadero lleva asociado un aumento progresivo y proporcional de la temperatura en superficie, capaz de alterar la dinámica habitual de las masas de aire y las corrientes oceánicas y, por tanto, capaz también de alterar del clima a escala global. Hasta ahora, la temperatura en la superficie terrestre se ha incrementado una media de 1ºC en todo el planeta.

Es duro de aceptar, pero sí, somos nosotros los responsables. Hay evidencias científicas de sobra para asegurar que hemos sido las últimas generaciones de seres humanos, especialmente quienes vivimos en países con un alto nivel de desarrollo, los causantes de la alteración de las condiciones de vida en el planeta. Los cambios que hemos inducido en la atmósfera, y que seguimos generando a un ritmo cada vez mayor, están poniendo en peligro la continuidad de muchas especies de seres vivos y van a poner a prueba la supervivencia de nuestra civilización, al menos tal y como la conocemos. La tentación de buscar culpables con nombres y apellidos es fuerte, pero no olvidemos que las sociedades actuales se mueven, se calientan, se iluminan y se alimentan gracias, principalmente, a la quema de combustibles fósiles: carbón, petróleo y gas. Somos cada uno de nosotros, con nuestras actividades cotidianas, quienes vamos añadiendo más presión al sistema, gramo a gramo de CO2. Somos también cada uno, cada una, los que debemos estar dispuestos a asumir cambios individuales y colectivos para revertir la situación. La buena noticia es que AÚN ESTAMOS A TIEMPO. 



4 comentarios:

  1. Parecía imposible parar muchas de las actividades, pero lo vivido estos últimos meses demuestran que si sentimos en nuestro cuerpo que hay/es una crisis, quizá sí es posible parar. Si, como dices estamos a tiempo, deseo que la situación actual nos impulse a abordar los cambios necesarios. Sintámoslo posible.

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  2. Ojala mucha gente lo sienta posible, igual que tú, María

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  3. David, ¿hasta cuándo estaremos a tiempo?

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