martes, 6 de octubre de 2020

Al Acecho

 Hace poco pude comprobar que el lince ibérico no acostumbra a esconderse de la mirada del resto de animales con los que comparte ecosistema, ni siquiera del ser humano, a pesar de que éste último estuvo a punto de llevarle a la extinción. El mismo instinto natural de depredador que posee le da una confianza total en su superioridad. Al situarse en la cúspide de la pirámide alimenticia, no tiene ningún otro depredador natural a quien temer. Observando su belleza, la agilidad y elegancia de sus movimientos, la seguridad en sí mismo cuando vigila el entorno, me inquieta comprender lo ajeno que vive a su vulnerabilidad como especie. En realidad, los linces están a merced de que los seres humanos sigamos apostando e invirtiendo en conservar los ecosistemas que necesitan para su delicado sustento.


Fotografía cortesía de WeAppU en Pixabay 

En cierto modo, los seres humanos compartimos con el lince el mismo instinto natural de superioridad, que hemos llevado al extremo durante las últimas décadas. Lo fiamos todo a nuestra inteligencia, a las tecnologías que hemos desarrollado y a un sistema económico y social basado en el sometimiento de las fuerzas de la naturaleza a nuestro antojo. Creemos tener todo bajo control y, por lo general, ignoramos las señales que nos avisan de nuestra vulnerabilidad; la realidad biológica es que somos sólo una especie más, relevante sí, pero totalmente prescindible para asegurar la continuidad de la vida en La Tierra.

A pesar de estar en la cúspide, hace poco hemos recibido un zarpazo inesperado en forma de pandemia. Inesperado para todos menos para los científicos que llevaban varios años alertando de los peligros de la zoonosis(1) en lugares del mundo donde los humanos conviven con especies portadoras de virus y en ecosistemas simplificados en exceso; inesperado a pesar de conocer que la globalización puede transmitir enfermedades de un punto a otro del planeta casi a la misma velocidad que enviamos mensajes de whatsapp.

Vivimos tiempos de desconcierto desde hace demasiados meses debido a la pandemia, pero la realidad es que existe una amenaza mucho mayor que el coronavirus, siempre al acecho y dispuesta a mostrar sus garras en cualquier momento. Dicha amenaza no se esconde, sobrevuela continuamente nuestras cabezas y vemos indicios cada vez más evidentes de ella en todos los rincones del planeta. La llamamos cambio climático, o calentamiento global, y conocemos mucho sobre su manera de actuar. Cada cierto tiempo vemos en las portadas de los informativos noticias sobre olas de calor insólitas, lluvias torrenciales devastadoras o incendios monstruosos sin precedentes, casi todos atribuibles a la subida global de las temperaturas y a los cambios acelerados que está sufriendo el clima. Nos hemos acostumbrado, durante unos días nos preocupan, pronunciamos frases expiatorias y vacías del tipo “Es que nos estamos cargando el planeta” y, si tenemos la suerte de que no nos han tocado de cerca, nuestra vida sigue adelante como si no hubiera pasado nada, la economía y nuestros proyectos personales continúan guiando todas las deciciones. Seguimos mostrándonos seguros y arrogantes ante la naturaleza, de la misma manera que se pasea el lince, a plena luz del día, por las dehesas de Sierra Morena.

De entre todos los efectos que tiene la subida global de las temperaturas, el más peligroso y cruel me parece el de la desertificación del territorio, como consecuencia de la acumulación de sequías y de veranos cada vez más intensos y prolongados. Quizás haber nacido lejos del mar y en tierra de secano influye en mi percepción pero, es un hecho que la aridez gana terreno con paso firme en muchos paisajes mediterráneos. Su avance es sutil, pero continuado, y pasa desapercibida para la mayoría de la gente.


Análisis estacional de temperaturas publicado por la AEMET

El verano de 2020 ha marcado en España registros de temperaturas muy por encima de la media de la serie histórica, como ocurre desde hace bastantes años. Y ello no se debe únicamente a episodios concretos y aislados de calor extremo, sino sobre todo a unas temperaturas que presentan una anomalía cálida continuada durante gran parte del período estival. Este efecto se aprecia más claramente en el interior peninsular, en casi cualquier observatorio meteorológico de la meseta. Durante el período central del verano, las temperaturas máximas han estado por encima de la media durante más de 50 días seguidos en gran parte del interior. Así, como le sucede a una presa a la que su cazador va ahogando e inmovilizando sutilmente durante mucho tiempo, nuestro territorio sufre y se reseca paulatinamente. El paisaje y los ecosistemas se resienten, e incluso encinas, alcornoques y otras especies bien adaptadas a los rigurosos veranos de nuestras latitudes acaban, en muchos casos, sucumbiendo a la sequía y al intenso calor. De esta manera, el paisaje árido se va abriendo camino, de sur a norte, mientras la mayoría de nosotros permanecemos ajenos, ya que no se trata de un proceso súbito y violento que abra portadas de informativos. Sencillamente, nos hemos acostumbrado a que haga más calor en verano y no le damos mayor importancia. Más de dos tercios de España es vulnerable a los efectos de la desertificación, según Reforesta, y eso incluye el descenso acusado en el caudal de los ríos. El caso más claro lo encontramos en el río Tajo, fuertemente afectado por el descenso de la pluviosidad, la mayor evaporación de sus reservas de agua y, sobre todo, por un trasvase que lo desangra casi desde su nacimiento. Hay expertos que apuntan a que en 20 o 30 años podríamos estar ante un río Tajo intermitente, que llegaría a secarse por completo en algunos tramos durante el verano.

Río Tajo a su paso por Toledo. Fotografía cortesía de Gianni Crestani en Pixabay


Cuando muchas personas y asociaciones, como the Climate Reality Project, hablamos de la necesidad urgente de actuar ante la emergencia climática, no lo hacemos pensando en salvar el planeta, o algunas especies animales exóticas. Más bien tenemos en la retina nuestros paisajes más cercanos, también los pueblos o ciudades que habitamos, y las personas que nos rodean, a las que deseamos un futuro, por lo menos, tan próspero como el que nosotros hemos recibido. Un futuro que está claramente amenazado en la península ibérica por la desertificación.

 

(1)    Según definición de news-medical, zoonosis es cualquier enfermedad que se transmite de los animales a los seres humanos. La transmisión ocurre cuando un animal infectado con las bacterias, los virus, los parásitos, y los hongos entra en el contacto con los seres humanos. Sobre 200 enfermedades se clasifican actualmente como zoonosis.


7 comentarios:

  1. Muchas gracias, David, por este artículo que conecta con nuestra supervivencia y, en especial, con la supervivencia en nuestro territorio más cercano. Me quedo sorprendida de la cantidad de días que hemos estado por encima de las temperaturas medias en verano... y me gustaría ver curvas como estas y datos como estos en las portadas de los noticieros porque también son amenazas para nuestra salud.

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    1. Gracias María por tu comentario. Cierto, debería informarse más y mejor al público de las cadenas generalistas acerca de los riesgos a los que estamos expuestos con la crisis climática

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  2. Muy interesante el artículo David.
    Una pregunta, en cuanto al nivel de precipitaciones, también se nota el descenso año a año, por ejemplo en la misma zona del centro de la Península, no?

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    1. Hola, Isam. En las precipitaciones, no se detecta un descenso generalizado, sino más bien un cambio en la distribución de las mismas. Menos episodios de lluvia, pero más intensos. No obstante, faltan estudios más detallados sobre el impacto del cambio climático en el patrón de precipitaciones en la península.

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  3. Somos linces arrogantes... ¡Me ha encantado la comparación!

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