lunes, 1 de septiembre de 2025

Sin respuestas entre las cenizas

 La primera vez que visité los Picos de Europa tenía 18 años. Entre todos sus paisajes, el que más me enamoró fue el valle de Valdeón por su profundidad, frondosidad y aislamiento geográfico. Eran tiempos de amigos, risas, ansias de libertad, una época que siempre vuelve a mi memoria cuando regreso a la montaña y al bosque. Años más tarde, volví al mismo valle con mi hermano, y una década después con mi mujer y mis hijos, niños en aquel momento, deseosos de absorber conocimiento y experiencias. En aquella visita, nos apuntamos a una actividad de senderismo de naturaleza, guiados por un monitor que supo transmitirnos su pasión por los secretos del bosque. Identificamos huellas de zorro y gato montés, diferenciamos las especies de árboles y arbustos por sus hojas, sus frutos y los lugares en los que suelen crecer. Aprendimos la importancia del equilibrio entre especies, la ausencia total de residuos en un ecosistema sano, distinguimos olores, sonidos, apreciamos el valor de la lluvia, el sol, el viento y la niebla para asegurar la continuidad de la vida. Y de regalo, nos llevamos un pequeño mechón de pelos de oso pardo, que mi hijo pequeño guardó como un tesoro durante años.

Santamaría de Valdeón. Verano de 2019

Tengo que volver a Valdeón, pero aún no tengo fuerzas. Sé que de la senda de la naturaleza solo quedan las cenizas, pero necesito visualizar el alcance de los daños causados por el fuego en el paisaje, en el bosque, en los habitantes del valle. Quiero pisar territorio quemado y, desde él, poder mirar con esperanza al fondo del valle, al macizo, a todo lo que se ha salvado y que debemos preservar, pero siento que no se dan las condiciones para cultivar la ansiada esperanza, esa de la que habla Byung-Chul Han, premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades en 2025 (*).

Perspectiva de los efectos del incendio en la cabecera del valle de Valdeón. Diario de Valderrueda

Durante las últimas semanas he leído mucho acerca de la reciente oleada de incendios. He buscado respuestas a muchas, demasiadas preguntas, huyendo de los titulares fáciles, y tratando de que la racionalidad del ingeniero que llevo dentro se impusiera sobre la pasión del activista climático para formar en mi cabeza un mapa del desastre, de sus causas y de qué se debe cambiar para que no vuelva a ocurrir. El resultado ha sido descorazonador, y no por la falta de explicaciones y propuestas que he encontrado, sino por los términos en los que se plantean.

El análisis predominante en redes y medios de comunicación se centra en la necesidad de invertir en gestión forestal y en “limpiar” el bosque fuera de la temporada de incendios, abriendo cortafuegos, permitiendo la entrada de rebaños a los bosques y recuperando el saber ancestral del mundo rural para mantener el bosque en condiciones. Casi todos estos analistas se lamentan de la situación actual, cuestionan algunas normativas ambientales, culpan a las administraciones y anhelan tiempos pasados anteriores donde no existía el abandono rural y el sector primario tenía un mayor peso en la economía.

En el extremo contrario, hay expertos ecologistas que culpan al sector primario de los megaincendios. Ven una clara correlación entre las zonas que arden con mayor frecuencia y las malas prácticas agrícolas y ganaderas, como el sobrepastoreo, el monocultivo para la extracción de madera o el uso del fuego para abrir nuevas zonas de pasto. Desde esta perspectiva, se acusa a una parte de la sociedad rural de ver a la naturaleza como una fuente de recursos y no como un legado que hay que proteger.

Por otro lado, hay también analistas que proponen otros puntos de vista más particulares, como el de solucionar los incendios con más fuego, mediante quemas controlados y selectivas fuera de temporada. Hay quien considera vital reducir la densidad arbórea de los bosques mediante talas controladas. Otros, sin embargo, sugieren que la renaturalización, basada en la reintroducción de grandes herbívoros, es la clave para lograr ecosistemas resilientes libres de exceso de biomasa que pueda arder fácilmente. Y, finalmente, hay quien apela a la persecución implacable de los pirómanos, auténticos terroristas empeñados en destruir el patrimonio natural.

Aldea evacuada por uno de los incendios en castilla-León durante agosto de 2025


Hace unos días entré en crisis después de tanta lectura, de tantos días de temperaturas extremas, de ver atardeceres de color rojo fuego, y de no encontrar respuestas convincentes, integrales (soluciones 360º o end-to-end, como se llaman ahora), mientras las llamas se resistían a apagarse. Parecía un anticipo del Apocalipsis. Me daba la sensación de estar presenciando un diálogo de sordos, como si cada uno quisiera arrimar el ascua a su sardina, ignorando, en ocasiones también menospreciando, los argumentos de otros expertos mientras las llamas estaban aún encendidas. Entonces algo hizo clic en mi cabeza y me di cuenta de que, en realidad, todos los análisis tienen muchos puntos en común. En ese momento, sentí la necesidad de escribir sobre ello.

       En primer lugar, los autores de una mayoría de análisis escriben desde la convicción de poseer la verdad absoluta. El planteamiento que utilizan es: “Yo tengo  razón, lo llevo avisando desde mucho tiempo, pero la insensatez de X nos ha llevado a esta situación”. Con X no me refiero a la red social (aunque también podría ser), sino a los lobbies económicos, a los dirigentes políticos autonómicos de derechas, a los dirigentes políticos de izquierdas del gobierno central, a la sociedad ignorante rural, a la sociedad prepotente urbana. Cualquiera de ellos vale como chivo expiatorio, y cada analista los elige de antemano en función de su ideología, de su estatus social y del número de likes que espera obtener.

       Como consecuencia del punto anterior, sus escritos generan polarización y enfrentamiento social: “O estás conmigo, o estás contra mí”. También incrementan el sentimiento de pesimismo y desazón ante lo ocurrido.

       No hay mujeres hablando de los incendios, el fuego parece ser solo un asunto de hombres.

       Casi ningún analista pone el foco en el cambio climático. Sin llegar a negarlo (el verano que llevamos pone difícil ser negacionista), lo sitúan en segundo plano para poder hablar de “su libro”. Una conversación centrada en el cambio climático diluiría responsabilidades y pondría más difícil señalar a los culpables. Además, podría dar la sensación de apoyar el Pacto de Estado propuesto por el Presidente del Gobierno. ¿Quién quiere salir en la foto con un presidente en situación de debilidad y acorralado por la corrupción?

       Finalmente, existe otro punto común al que agarrarse para encontrar algo de luz. En todos los escritos se percibe con mucha claridad el dolor por lo ocurrido, la impotencia ante las llamas que avanzan desbocadas, la necesidad de sacar la rabia de dentro. Esto abre una ventana de oportunidad, un punto de partida para el diálogo y el entendimiento, por difícil que parezca.

Ojalá exista alguien capaz de sentar en una misma mesa a representantes de los distintos puntos de vista con la ayuda de mediadores expertos. Sin focos, sin cámaras, invitando a los participantes a dejar el ego fuera de la sala con el único objetivo de explorar propuestas honestas y realizables desde el consenso.

Bomberos trabajando en la extinción del fuego. Diario de Valderrueda

No he encontrado las respuestas que buscaba, pero sospecho que el camino más eficaz podría contener elementos de valor de cada uno de los enfoques (de unos más que de otros). No obstante, después de años de compromiso climático, hay algo que sí tengo muy claro: sin abordar de raíz las causas del calentamiento global, no habrá gestión forestal capaz de frenar las oleadas de incendios. Ni aquí, ni en Australia, Canadá, Grecia, África subsahariana, Siberia, California o la cuenca del Amazonas. En ninguno de estos lugares tan distintos, con gestiones forestales y sistemas de gobierno muy diferentes, los bosques pueden vivir indefinidamente en un clima tan distinto de aquel que les vio nacer. Es así de sencillo, es así de triste, es la realidad climática que nos está tocando vivir.

Los incendios del mes de agosto se han producido durante la ola de calor más intensa y una de las más duraderas registradas por la AEMET. Un pacto climático es fundamental para abordar la mitigación y la adaptación pero, bajo mi punto de vista, no debería ser liderado por el Gobierno, sino por la sociedad civil en su conjunto, eso sería un buen ejemplo de madurez democrática.


(*) El Espítritu de La Esperanza. Byung-Chul Han. Editado en septiembre de 2024

2 comentarios:

  1. Muchas gracias por tus artículos David.

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  2. Un relato impecable que transmite a la perfección como te sientes y como nos sentimos mucho. Es un gusto leerte a pesar del mensaje duro que transmites. Me quedo sobre todo con la importancia de que haya reuniones y mediadores en ellas. Mientras haya personas que se sientan atacadas y no valorado su punto de vista va a ser muy dificil que haya entendimiento y soluciones más eficaces. A partir de ahí creo que todos podríamos llegar a entender que todo en la NATURALEZA está conectado y es interdependiente. Y que nosotros somos un componente más ELLA. Gracias

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