Recientemente, el
Congreso ha aprobado una ley de desperdicio alimentario, con el objetivo de
reducir la cifra del 30% de alimentos que se desechan en España. La aprobación
del decreto incluyó una enmienda, a propuesta de la oposición, mediante la cual
se autoriza la caza deportiva del lobo en todo el territorio al norte del río
Duero. El argumento utilizado fue muy simple: el lobo contribuye al desperdicio
de alimentos, ya que no aprovecha bien la carne de las reses capturadas en sus
ataques a las ganaderías.
Desde antiguo,
hemos proyectado en el lobo nuestros miedos ancestrales, ya que las manadas
organizadas constituyen una amenaza para la ganadería extensiva. En el siglo
XXI, con una civilización cada vez más urbana y alejada del medio natural,
nuestra visión del lobo se asocia más al mito literario que a la realidad;
desde el lobo acosador y embaucador de Caperucita Roja al lobo terrorista que
destruye el hogar de Los 3 Cerditos, esta especie se ha utilizado para
representar la maldad, los comportamientos sociales más censurables. En los
cuentos infantiles no hay manadas en busca de alimento, sino individuos
malintencionados que buscan hacer daño. La nueva versión edulcorada y cínica de
este mito, surgida del parlamento, consiste en identificar al lobo como una
especie irresponsable e incívica: además de apropiarse de lo que no es suyo, no
aprovecha bien las tajadas y, por tanto, debe ser arrinconado y marginado
porque no representa los valores democráticos y de justicia del siglo XXI. El
argumento carece de fundamento, al tratar de humanizar una especie animal
salvaje.
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Manada de lobos ibéricos |
Muy pocas veces se cuenta la otra parte de la historia de las manadas de lobos, y su papel como arquitectos de los ecosistemas que habitan. La evidencia científica sobre su papel esencial en el equilibrio del medio natural se constató en el parque natural de Yellowstone, en la década de los 90. Desde entonces, las historias de éxito de restauración mediante la introducción de esta especie, que representa la cúspide de la cadena alimentaria, se ha repetido en lugares muy diferentes del planeta, incluida la península ibérica. El espacio protegido de Yellowstone había sufrido un proceso de degradación paulatina a lo largo del siglo XX, desde la extinción del lobo. En 1995, se decidió introducir una manada de 41 lobos canadienses, y la transformación fue espectacular.
Al aparecer en escena un depredador capaz de amedrentar a los herbívoros más voluminosos, estos ya no pueden pastar libremente en praderas abiertas, y en zonas cercanas a los cauces de los ríos, sino que se ven obligados a camuflarse en el bosque, y a adquirir costumbres nómadas. La primera consecuencia visible del movimiento constante de los herbívoros ante la amenaza de un depredador, es la recuperación de las zonas degradadas por el agotamiento del pasto, recuperándose rápidamente herbáceas, arbustos y las ramas más bajas de los árboles. Este resurgir de la cubierta vegetal atrae a múltiples insectos, que reactivan la polinización, multiplicando la velocidad de recuperación del entorno y de la fertilidad del suelo. A su vez, las aves y los conejos empiezan a encontrar refugio y alimento, y los pequeños depredadores como el zorro, que se alimentan de ellos, se incorporan a la vida del ecosistema. En las orillas de los ríos, los sauces y los álamos pueden crecer con mayor libertad y rapidez, y las hojas y ramas caídas, cada vez de más tamaño, ayudan a ralentizar y encauzar los ríos. Poco a poco, los cauces anchos, poco profundos, con exceso de sedimentos debido a la erosión de los suelos desgastados, dan paso a cauces más estrechos y profundos, más limpios, y en ellos se van formando meandros, los cuales limitan las posibilidades de desbordamiento en períodos de crecida. Las aguas más profundas y protegidas por la sombra del bosque, se enfrían rápidamente, atrayendo a especies como la trucha o el salmón, lo que a su vez anima a nutrias y otros mamíferos de ribera a morar en sus aguas. Mientras acontece el resurgir de la biodiversidad, las manadas de lobos, jóvenes y vigorosas, encuentran alimento en ciervos, corzos y jabalíes, eligiendo como presas a los individuos más débiles o enfermos, lo que disminuye la propagación de enfermedades por el ecosistema.
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Paisaje con meandros en el parque nacional de Yellowstone |
En Yellowstone, el cambio principal tras la reintroducción del lobo, no fue la disminución en el número de herbívoros, cuya población apenas decreció, sino su cambio sistémico de hábitos. Pasaron de degradar las zonas en las que permanecían sedentarios a moverse recorriendo grandes distancias, contribuyendo al enriquecimiento de los bosques en los que pasaban corto períodos de tiempo, aportándoles abono y sin agotar sus recursos. Una pequeña modificación consiguió transformar, equilibrar y enriquecer todo el ecosistema, haciéndolo mucho más resiliente y rico en biodiversidad. Esta es la magia de la naturaleza salvaje y de los depredadores que forman parte de la cúspide en la pirámide trófica de un ecosistema.
Entre los
múltiples beneficios que una biodiversidad rica y compleja aporta a los ciclos
de la vida y, por tanto, también al ser humano, está la capacidad de absorción
de dióxido de carbono de la atmósfera. Al tiempo que un hábitat natural crece y
se recupera, también se incrementa su contribución como sumidero neto de
dióxido de carbono. No alcanzaremos la neutralidad de emisiones, ni
conseguiremos frenar el calentamiento global, si no nos rodeamos de unos
entornos naturales saludables, complejos, vigorosos y salvajes.
En el último
encuentro con los Embajadores del Pacto Climático Europeo, el Comisario Europeo
del Clima, Voepke Hokstra, hombre pragmático, liberal, exministro de Economía
de los Países Bajos y poco dado a excesos dialécticos, afirmaba que si los
entornos naturales son el sumidero de dióxido de carbono más eficiente del que
disponemos, más nos vale cuidar de ellos y contribuir a su expansión y
enriquecimiento. Y la experiencia demuestra que los ecosistemas son mucho más
resilientes al calentamiento global y efectivos en absorción de emisiones
contaminantes cuando cuentan con manadas sanas y fuertes de depredadores
autóctonos, que multiplican su diversidad y aseguran la riqueza de los suelos.
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Encuentro anual de Embajadores del Pacto Climático Europeo. Sede de la Comisión Europea en Bruselas |
El lobo, el lince, el oso y el águila real, que afortunadamente aún conservamos en algunas zonas de la península ibérica, son grandes aliados frente a las dos grandes crisis del siglo XXI: la pérdida de biodiversidad y el calentamiento global. Será necesario apoyar a los ganaderos que puedan sufrir ataques del lobo a sus reses, y ayudarles a convivir con esta especie, mediante el uso de cercados y mastines, o incluso con ayudas directas, pero no nos podemos permitir una naturaleza 100% domesticada. La civilización humana no puede existir sin la vida salvaje.
“… para que en las noches españolas no dejen de escucharse los hermosos aullidos del lobo.”
Félix Rodríguez de la Fuente