Desde una esquina del Sur de Europa, y en mitad del tórrido verano, resulta difícil imaginar las enormes reservas de hielo perenne que existen más allá de las líneas del circulo polar Ártico y Antártico. Groenlandia y la Antártida almacenan hielo terrestre, mientras que el Ártico contiene gran cantidad de hielo marino. En todos los casos, se trata de bloques que han permanecido intactos durante cientos de miles de años. La acumulación es tal que en la zona central de Groenlandia la profundidad del hielo acumulado alcanza los 3 kilómetros de grosor.
La evolución de las masas de hielo perenne en las próximas décadas determinará, en buena medida, el alcance real del cambio climático que estamos viviendo. El objetivo que sugiere la comunidad científica, como expliqué en mi anterior entrada del blog, es no superar el umbral de 1,5ºC de subida media de la temperatura. Por encima un grado y medio de incremento hay una alta probabilidad de que el calentamiento se retroalimente y sea imparable, incluso en el hipotético caso de que dejáramos de emitir gases de efecto invernadero. La principal explicación a una posible desestabilización del sistema la encontramos en los polos.
Con la subida progresiva de la temperatura se acelera el proceso de deshielo durante el verano polar. Parte del hielo perenne se funde y va a parar al océano en forma de agua. Además, muchos bloques se resquebrajan, formando grandes icebergs que flotan a la deriva en el océano. Podemos imaginarnos el proceso como un Lego enorme al que le vamos quitando piezas de los extremos; normalmente el efecto de quitar una pieza es insignificante, pero existe el riesgo de que alguna de las piezas esté actuando como pilar de carga, y al desprenderse provoque un derrumbamiento de parte de la estructura, que aceleraría aún más el proceso de deshielo. Sólo en la Antártida se almacena un volumen de hielo equivalente a una subida de 50 metros del nivel del mar, en caso de que llegara a derretirse completamente, valor suficiente para inundar todas las ciudades costeras de nuestro planeta.
Por otro lado, el hielo antártico, igual que el de Groenlandia, se compone de agua dulce, por lo que un derretimiento acelerado conduciría a una alteración de las condiciones salinas del agua de los océanos, a un cambio de su PH y, en consecuencia, a la modificación de las corrientes marinas actuales, responsables en buena medida de los patrones climáticos actuales. Un efecto en cadena de consecuencias muy difíciles de predecir.
Pero aún hay más. Las grandes superficies heladas contribuyen también de otro modo a la estabilidad del clima, a través del efecto albedo. El color blanco del hielo refleja la luz solar, sin absorber su energía en forma de calor. Con el derretimiento de los glaciares, disminuye la superficie terrestre capaz de reflejar energía solar, por lo que la capacidad de la Tierra para retener calor aumenta; este es otro de los efectos en cadena que podrían ser irreversibles si no nos mantenemos por debajo del umbral de seguridad de 1,5ºC.
Cerca de los polos, la vida es muy difícil para cualquier especie vegetal o animal. No sólo el agua permanece helada, sino que el propio suelo continental está permanentemente congelado hasta muchos metros de profundidad, dando lugar a enormes paisajes gélidos, la tundra y la taga. Si pensamos en el Hemisferio Norte, hay grandes extensiones continentales que se asientan sobre un suelo congelado de forma permanente: gran parte de Canadá y Alaska, la zona más septentrional de la península escandinava y, sobre todo, Siberia. Todas estas zonas se asientan sobre el permafrost, suelo permanentemente congelado con una actividad vital muy reducida. Durante siglos, los asentamientos humanos en las zonas más gélidas del planeta se han basado en un principio básico: el suelo helado es sólido como una roca, y constituye una base segura para construir sobre él. Pero la realidad está cambiando, y el permafrost ya no permanece impasible ante los veranos cada vez más largos y cálidos. La textura de un suelo que se descongela se parece mucho a la de los alimentos que sacamos del congelador, y poco a poco van perdiendo su rigidez, a la vez que se impregnan de líquido. El suela deja de ser terreno firme y seguro, y todas las infraestructuras construidas sobre él corren peligro de derrumbarse: casas, carreteras, incluso los bosques de coníferas ven como muchos de los troncos se tambalean o se vienen abajo directamente.
Durante el mes de Junio de 2020, una ola de calor sin precedentes ha afectado a amplias zonas de Siberia. Existe una relación directa entre este hecho meteorológico, y el grave vertido de combustible que se ha producido en una central térmica cerca de la ciudad rusa de Norilsk. Parece ser que los depósitos de combustible colapsaron debido al daño en sus cimientos por la descongelación del permafrost.
Debido a sus características especiales, los suelos siberianos guardan en su interior las mayores reservas de metano del planeta, el famoso gas natural ruso que tanto interesa a Europa. Al derretirse el permafrost, la burbujas de metano tienden a aflorar a la superficie y a liberarse en la atmósfera. Y esta es la otra gran amenaza de desestabilización de nuestro clima. Si el ritmo de deshielo de permafrost sigue aumentando, una parte importante del metano almacenado acabaría liberándose a la atmósfera, provocando una aceleración del proceso de calentamiento del planeta, otro bucle del que sería muy difícil escapar aunque cesáramos nuestra actividad basada en la quema de combustibles fósiles.
Los paisajes helados que todos hemos visto en documentales tienen algo de mágico. Son desiertos blancos que parecen totalmente ajenos a las realidades de otras latitudes, y sin embargo, de su delicado equilibrio depende nuestro futuro. El objetivo de no sobrepasar el umbral de calentamiento que nos marca la ciencia es irrenunciable, no sólo para mantener la belleza de los paisajes helados, sino principalmente para garantizar la continuidad de la vida tal y como la conocemos. Hay mucho que cambiar para vislumbrar que estemos ante un objetivo realizable, por eso en mi próxima entrada hablaré de la ambición climática.
Muy interesante e instructivo el artículo, enhorabuena David!
ResponderEliminar¡Muchas gracias, Isam!
ResponderEliminarCreo firmemente que para hacer frente a esta crisis (y a cualquier otra) el conocimiento estructurado de la misma es fundamental.
Me ha impresionado mucho ser consciente del afloramiento del gas metano al derretirse el permafrost... El medio ambiente es sistémico y nosotros parte activa y pasiva de ese sistema. ¡Ojalá estemos como tú dices a tiempo!
ResponderEliminarGracias Pilar. A mi también me impresionó cuando fui consciente. Fue en 2018, en Berlín, en una conferencia de Al Gore.
EliminarEs cierto que nuestro planeta es un sistema. Si sólo leemos las noticias, vemos hechos aislados, pero lo revelador es conectar los puntos y comprender que todo está relacionado.
Si recuerdas, el verano pasado hubo muchos incendios descontrolados en Siberia. El origen de muchos de ellos fueron las fugas de metano por el derretimiento del permafrost, es un gas inflamable, con el calor cualquier pequeña chispa puede hacerlo prender.
Me encanta con qué claridad transmites tanta información. Gracias por tu labor! Me ha sorprendido el permafrost y el efecto albédo...estaremos pendiente de tu siguiente entrada;)
ResponderEliminar¡Muchísimas gracias por tus palabras, Sylvie!
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